domingo, 20 de noviembre de 2011

Sí hay que hablarlo


Hace poco tuve una frívola conversación en Facebook frente a un estado (de una persona que no haré pública), que aseguraba que odiaba a los suicidas, ya que le parecían gente sin ideas. Los asociaba con un símil que venía a decir que eran como novelas que finalizaban con un “...y todo ha sido un sueño”, como si los sueños no tuvieran a sus antagónicas pesadillas. La dialéctica fue desagradable y agria y me di cuenta del gran desconocimiento que hay por parte de la sociedad sobre el tema del suicidio. Yo he salido del armario y lo hablo (casi) con naturalidad. Presento unos síntomas que encajan en su mayoría con un Trastorno límite de la personalidad  y me he intentado suicidar catorce veces, siendo la última, el pasado mes, muy grave. He anunciado el fin definitivo de la violencia contra mí misma, llevo un mes sin ejercerla y espero poder seguir luchando contra unos impulsos que me hacen un daño infinito. A mí y a los que me rodean. El otro día le comenté a mi psiquiatra, la doctora Ana Sanz, el estigma que acompaña al suicidio. No solo tenemos que vivir con el sufrimiento que hay detrás, sino que debemos cuidarnos de no contárselo a nadie, de mantenernos en el silencio. He sufrido discriminación por parte de varias personas a lo largo de mis estudios al tener que presentar un justificante que disculpara mis largas ausencias en clase, debido a internamientos o crisis. Si hubiera sido una enfermedad física, como un cáncer o, simplemente, el escayolamiento de una pierna, no habría pasado nada, pero claro, era una enfermedad mental y, por lo tanto, una persona peligrosa para los alumnos, una persona no apta para ejercer su profesión (profesora de lengua y literatura) o una persona incapaz de sacar adelante sus proyectos, con su consecuente penalización en las calificaciones. A estas alturas tengo más que comprobado que, si se habla del tema, estoy condenada. Así ocurrió en aquella conversación pública de Facebook, en la que se me llegó a tachar de “exhibicionista” o de censurarme alegando que el suicidio siempre ha estado (“históricamente”) y debe de estar relegado a lo privado. Tampoco faltaron los que exalzaron a conocidos suyos que intentaron suicidarse y que “nunca lo dijeron” y que, por supuesto, al final lo consiguieron. Abundaron las burlas al hecho del número tan elevado de veces que he intentado, sin éxito, mandarme al otro barrio. Al final me echaron de la conversación: “Leila. Corta. Vete. A esta hora se conectan los más crueles”. Y así se sucedían sandeces tras sandeces, unas más hirientes o absurdas que otras, sin el menor índice de educación o sensibilidad. Al final desistí. Se puede hablar con quien se opone radicalmente a ti, pero no a quien te falta al respeto o te insulta por respuesta, es perder el tiempo. Debido a “esa privacidad” y a “ese silencio” que casi se exige a los suicidas, muchos llegan a conseguirlo. Y aún se les admira por la discreción. Con esta aceptada posición, lejos de echar un cable a los que padecen enfermedades con inclinaciones suicidas, lo que hacen es un gran daño a este sector de la sociedad. Yo tengo la suerte de tener unos padres y una pareja que están a todas horas encima, pero a otros no les resulta tan difícil estar solos.

Sé y comprendo que este tema es muy turbio. Hay mucho desconocimiento, seguramente pretendido, respecto al suicidio. También mucho miedo. Hace poco salió en El mundo un muy buen artículo titulado “Vidas difíciles”, que trataba el suicidio y, en especial, el suicidio en los que tienen un TLP. En España el número de suicidios superan las víctimas de tráfico, siendo la media de diez personas al día. Mi psiquiatra hacía una preocupante reflexión: “Esa solo es la cifra de quienes lo consiguen”. Por norma general, quien intenta suicidarse padece una enfermedad mental y, por lo tanto, esto no es un caso que tenga que relegarse a lo privado, sino que es un problema muy serio de salud pública. Detrás, no ya de cada intento efectivo de suicidio, sino detrás de cada intento a secas, hay un sufrimiento tan profundo y angustioso, que creo la persona que lo experimenta merece todo el apoyo y la ayuda del mundo, amén de un especial cuidado y cariño. Yo he llegado a argumentar tan razonablemente mis ganas (y derecho) de irme al otro mundo, que he llegado a desconcertar no solo a mis seres queridos, sino a mi propia psiquiatra. Una vez pasada la crisis, te das cuenta de que estás dominada por un estado que ni mucho menos deseas, que muchas veces se escapa de tus actos más sensatos y cabales.

Con esta entrada no pido ayuda, ni apoyo, ni cariño ni entendimiento, solo respeto y un poco más de concienciación. Que no se hable en los medios de este problema es una desayuda, pero comprendo que se tema a un efecto llamada y se tenga excesiva prudencia a la hora de hablarlo. De hecho, “Vidas difíciles” iba acompañado de un rótulo que indicaba que era la “Parte I”. Nunca hubo esa “Parte II”.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Salir a la calle


Ayer descubrí la entrada al teleférico de Madrid. Estaba nublado y el frío se colaba por los agujeros del chaleco de punto que me había comprado en Malta. Milka estaba radiante, feliz, corriendo como un potrillo por el césped, apareciendo de detrás de los matojos, rebozándose por las zonas cuyo olor le parecía más interesante y seduciendo a cualquier compañero que se le cruzaba por el camino. Yo tenía sopor. Después de estar dos años tomando pastillas para dormir, todavía me cuesta coger un ritmo razonable de sueño. Últimamente en mi metabolismo se ha puesto de moda despertarse entre las tres y las cuatro de la madrugada y pensar que no podré dormirme en la vida, como cuando estamos tan hambrientos que no sabemos si lo que queremos es comer o rechazar bajo todo concepto cualquier migaja de comida “¿Estás bien?”, me pregunta constantemente Guillaume. Es que no me puedo dormir, la cama me pica, me asaltan calores y los párpados me molestan. Me hago una tila con botones de rosa y normalmente, ese “lavatripas” –como lo llamaría mi abuela- es infalible. Me pongo dos sobrecitos, dejo que se concentre mucho y me lo tomo a sorbos lentos, mirando a mi pequeña familia dormida, tenuemente iluminada por una vela, respirando de forma plácida. Después de una noche de insomnio intermitente, tengo mis momentos de abatimiento diario. Miro los árboles sometidos al otoño, la alfombra de hojas marrones y la tierra compacta por la humedad. Huele bien, el Parque del Oeste es un buen refugio pegado a la gran ciudad, donde es fácil creerse que se respira un aire benigno. También me creo que no estoy sola: salir a la calle es siempre una alternativa para sentirse socialmente acompañado. Pienso en lo bien que huelen las rosas de la Rosaleda, me sorprendo de que a estas alturas del año todavía nazcan flores y en que debería salir más de casa para no terminar creyéndome mi reducida realidad. Ruth me dice que necesitamos un trabajo porque estructura nuestra rutina. Te exige movilización y tener ideas. Yo mientras tanto busco la motivación hasta debajo de las piedras, de las hojas y las sábanas. Quizá algún día me vaya al Pardo a ver bichos, a volverme a creer que soy capaz de movilizarme, que la naturaleza me motiva más que mi casa, que mi día a día no se limita a imágenes y mundos de ficción, al pie de una estufa de aire, convencida de que estoy sola.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Lucky star

“No la apagues, que quiero verte llegar”, protestó Guillaume cuando le apagué la luz del cuarto, vela en mano. “Tienes que dormir”, le advertí. Amanece muy temprano, con ese frío matinal propio de los tiempos en los que estamos y que nos aporrea fuera del nórdico invitándonos a seguir ronroneando juntos. Tras la ducha con mi ya rutinaria infusión, vuelvo al cuarto dispuesta a caer rendida, pero Guille está leyendo un libro de arquitectura, “Lo que diferencia a la arquitectura del resto del arte”, me leyó, “es que además es habitable...”. Bien, con eso no tendrá pesadillas. Sus ojos azules discurrían por la tinta delatando su cansancio tras una jornada de estudio y trabajo, sus pestañas, rizadas y alegres, titalaban de frase en frase, y su cuello, inclinado sobre las páginas, denotaba la curva del fin de un largo día.

Es la luz de mis ojos, de mis fotos. Quién me iba a decir a mí que me iría, de repente, a vivir con un chico y que su presencia en casa iba a ser mi mayor alegría y apoyo emocional. Estoy enamorada, sí y si me lo pidiera me casaba mañana con él. Guillaume es algo tan grande que resulta casi una evidencia que haya tenido que esperar tanto para insertarlo en mi vida. Mi familia le llama “Le miracle”. Apareció, como quien dice, in medias res, casual y muy oportunamente y se llevó dos de las fotografías más importantes de mi vida por el doble de precio por el que las vendía, “por lo que me ahorro en gasolina”, me dijo, y se fue en su bicicleta plegable, con toda la belleza de un espejismo en plena agonía de sed. Al segundo día de conocernos tuvimos muy claro que queríamos vivir juntos. Sentí una energía, ajena a mí, que me empujaba a seguirle, a inmiscuirle en mi ser como la más preciosa panacea que necesita un espíritu. Siempre dije que eso de las medias naranjas era una moñería social sin sentido alguno, que yo era un pomelo y el que tenía enfrente, por ejemplo, una ciruela. Pero Guillaume es mi media fruta, el litio que nunca tuve para sentirme, más que completa, llena. Muchos necesitan protegerse los ojos del sol con unas gafas, así Guille es ahora la funda protectora de mi corazón. Su personalidad rezuma tantísima sensibilidad que le convierte en una de las personas más maravillosas que he conocido, de esas que la sociedad se empeña en hacernos creer que sólo existen en el reino de lo utópico e imaginario.

Soplo la vela y me hago una bolita en la cama. Guillaume ya ha cerrado los ojos y pronto empieza a respirar rítmicamente. Cuando duerme parece un niño y siento la necesidad de protegerle, de taparle los hombros porque creo que puede pasar frío, de mantener constantemente una parte de mi cuerpo en contacto con el suyo, de darle la mano, si es posible. Cuando consigo dormir, solo continúa el sueño.

viernes, 12 de agosto de 2011

Problemólogos y solucionólogos

Es la cruda realidad: tanto Máster y tanta mierda y al final son chavales de entre 12 y 18 años los que me están enseñando a ser maestra. Qué lástima de dinero perdido. De dinero y de tiempo haciendo el imbécil durante un año, yendo a clases que me han importado más bien poco e inspirado menos. Intento recordar el Máster y se me viene a la cabeza una nebulosa parecida a un sueño o una borrachera de desgana, de sopor, de indiferencia, de pesadez, de apatía, de tedio, de hastío y todos los sinónimos que se os ocurra. Salvo en tres asignaturas, no me concentraba en ninguna, no prestaba atención, mis ojos se perdían por lugares más interesantes y mis pensamientos eran la única materia a la que iba tras tres horas de viaje para ir a Alcalá “¿Tres horas? ¿tanto tardas? ¿a las cinco y media te levantas?”, me preguntaba burlonamente el coordinador del Máster. Pues sí, y a veces tardaba más de tres putas horas. Porque yo me levanto en el Barrio del Pilar, hago la cama, saco a mi perra a pasear, desayuno tranquila, me visto, me aseo, me maquillo y salgo por la puerta a esperar un jodido autobús que a veces llegaba a tardar veinte minutos en venir.

No han sido pocas las veces en las que he pensado en abandonar, pero mi familia, mi gran amigo Juan Pablo, mi adorada Rosalía, o mi muy admirado Fernando Gómez me alentaron para sacarme el maldito título como un incómodo trámite para hacer un doctorado y opositar. Nunca había trabajado tanto y aprendido tan poco. Y no es solo un sentir personal, mis compañeros tenían el mismo sentimiento de desencanto, bochorno y desmotivación. Prometimos escribir una carta al director del Máster, pero no sé si por miedo o pereza, el proyecto parece que no avanza. Llegué a hablar con el Defensor Universitario, pero mi rogada discreción en vista de los futuros resultados fue violada en menos de lo que canta un gallo, llamando al director del Máster, que se encargó de que mis quejas llegaran a oídos de mi muy estimado coordinador del Máster. Genial. Había problemas como la nula coordinación entre los profesores o la absoluta ignorancia a los correos que les escribíamos, con sus tardías y escuetas respuestas que la mayor parte de las veces poco o nada aclaraban. La mayor parte de las asignaturas se convertían en dos por estar repartidas entre dos profesores, algunos se dedicaban a leer Power Points durante una hora y otros no impartían clases y se dedicaban a mandar trabajos y más trabajos a mansalva que luego corregían con veneno sacándole defectos, deficiencias y todo tipo de taras. Cuando supuestamente es lo que tenían que impartirnos, daban por sentado cómo se realizaba una secuecia didáctica, una unidad didáctica o una programación y luego cuando entregábamos los trabajos nos echaban en cara no haberlo hecho bien, ¡Señores! ¿Estamos tontos o  hacemos submarinismo en el water? Luego estaban los profesores demasiado sensibles a los que en cuanto les decías algo que les contrariaba (“Yo creo que no hay malos alumnos, sino malos profesores que no saben motivar”), se armaba el rosario de la aurora. Había una que se ponía a darnos clases para primaria cuando nuestro Máster es de secundaria, bachillerato, cursos FP y enseñanza de idiomas. Alguna hasta amenazó con hablar con el Rector de la universidad por negarnos a soportar un ritmo de trabajo semejante a una explotación. Con un profesor tenía la seguridad absoluta de que no se leería mi trabajo y entre las páginas escribí el cuento de Caperucita. Saqué un notable fabuloso.

 También me hacía mucha gracia el control de la asistenecia a clase a alumnos entre la veintena y la treintena, como si no tuviéramos madurez o responsabilidades a esas alturas de la vida (trabajos o hijos, por poner ejemplos). También era cómica esa férrea firmeza a ajustarse a todo lo que diga la LOE y el currículum, como si no existieran faltas, como si no fuéramos personas adultas con criterio capaces de juzgar lo que nos dicen y rodea. Si no existieran jóvenes que luchan en contra de las premisas educacionales de hoy en día, todavía estaríamos con la Ley Moyano de 1857, siendo generosa y no yéndome más atrás. Es este Máster han querido enseñarnos a ser profesores “profesores” que no saben serlo. Quisiera hablar más adelante con más tranquilidad sobre la enfermedad de la que estoy saliendo y que he sufrido durante tres años, pero el trato discriminatorio por parte de algunos profesores ha sido vergonzoso. Quizá si me hubiera quedado en silla de ruedas me habrían hecho la vida más fácil, pero las enfermedades mentales están a leguas de ser tan respetadas como las físicas. Me llegaron a decir que quizá ser profesora no era mi vocación, cuando ahora me encuentro felizmente dando clases a niños que, para mi satisfacción, están avanzando en la materia que les imparto.

Me estaba muriendo de ganas de gritar por el infierno al que me han sometido (me han hecho hasta llorar de pura rabia). Tampoco quiero seguir con la lista de sinvergonzonerías vividas durante el Máster, aunque no descarto que más adelante me dé por vomitar alguna más. Lo bueno del Máster es que me ha tocado una clase brillante, unos compañeros competentes, generosos, agradables y muy implicados en el mundo de la enseñanza. Todos tenían unas enormes ganas de aprender y de compartir, de ser un bloque de una mecánica perfecta y creativa. Al final, en la tesina, no nos dejaron lucirnos como Dios manda, ¡un cuarto de hora para defender a veces más de 70 páginas!. Los últimos aprendieron, pero los primeros tuvimos que defender ridículamente un trabajo que nos ha llevado horas y horas de esfuerzo. El tribunal de junio fue espléndido, pero el de julio me-cago-en-la-madre-que-los-parió (y remito a las palabras de Darío Villanueva "El Diccionario no puede ser políticamente correcto porque la lengua sirve para amar pero también para insultar. No podemos suprimir las palabras que usamos cuando nos enfadamos o cuando somos injustos, arbitrarios o canallas"). Me tocaron los peores profesores del Máster y de mi carrera. El destino es asombrosamente puto. Se dedicaron a despellejarme más tiempo del que me dieron para defender mi tesina (valorada dos veces con un 10 por los dos de los mejores profesores de la universidad). Me la pusieron a caldo y no entendieron absolutamente nada. Me dieron la oportunidad de defenderme, pero “Me abstengo”. Ya no podía más, era absurdo quemarme, me tenía prohibido –por la inutilidad que suponía frente a los que tenía delante- reivindicar, aunque a veces lo peligroso me tiente. Para ellos yo no era parte de una solución, sino la parte de un problema.

sábado, 30 de julio de 2011

Me como tu amor


Con los ojos cerrados la música es una caricia. Una nota en los brazos, tres en la boca y media en la cintura, Rosalía. Creo poder ver la luz filtrada por tus pestañas, amacas del polvo que se reflejan en tu retina. Qué bonito es tu nombre, cómo me gusta esta canción, qué bueno está el tequila. Me compré este vestido en las rebajas para que hiciera juego con la nariz de mi perra y con la línea que te pintas en la comisura de los ojos. Muse malade, no sabemos bailar, pero nuestro cuerpo nos enseña que los movimientos no tienen vergüeza, que el rubor nos lo inventamos nosotros. Aquí solo bailan los niños, los borrachos y nosotras, como un lunar en la blancura de la decencia, flotando como un recuerdo de infancia demasiado olvidado. Somos sueños de otros, no te sorprendas si algún día la realidad te besa para mecer los párpados pegados, sordos de música, cansados del sueño.

jueves, 28 de julio de 2011

Los pies

Los espejos nos delatan. Somos un puñado de cristales mascados por los hábitos, carcomidos por la falta de privacidad, de reflejos afónicos que claman, nos importe o no, lo que somos o lo que hacemos de nosotros. Nos evidencia una mirada, unas uñas mordisqueadas, unos dientes con sarro, unas orejas con cera, un mal aliento, la ausencia de desodorante, las manchas en la ropa, etc. Evidentemente, también nos traiciona la pulcritud, aunque esta ya de por sí sea poco discreta. Este verano, en vez de poner la mirada por las alturas, le he dedicado una larga observación a nuestro inframundo corporal, a saber, los pies. Es un horror cómo se puede descuidar tanto una parte del cuerpo tan primordial y necesaria en nuestro día a día. De hecho, si por algún órgano o parte de mi cuerpo me siento orgullosa, es por los ojos y las piernas. Me son vitales, de ahí que este verano haya quedado escandalizada por el maltrato que la sociedad brinda a sus pies: secos, sudorosos, uñas amarillentas por los hongos, uñas rotas, uñas malcortadas, uñas demasiado largas, uñas muy gruesas, uñas negras, dedos montados unos encima de otros, asperezas, callos, ampollas, verrugas plantares, papilomas, deformaciones de todo tipo y olores de lo más desagradables. Personalmente castigo mis pies cada vez que uso tacones, de hecho, las mujeres somos las primeras en vejar nuestro físico con maquillajes, prendas demasiado ajustadas, zapatos demasiado altos o quemaduras capilares casi diarias, pero también somos más de “cura sana”. No nos sobran las mascarillas, las cremas, desmaquillantes o sandalias. Pero no se trata de una cuestión de sexos, sino de prestar atención a la salud de nuestro físico, sobre todo si nos hacen esa enorme y sencilla pleitesía de caminar. Horacio decía que “si estás bueno del estómago, no te duele ningún costado y puedes andar con tus pies, ninguna cosa mejor te podrán añadir todas las riquezas de los reyes” y razón no le faltaba.


lunes, 18 de julio de 2011

El mp4 visual

Hoy iba por la calle escuchando música, cuando se me ocurrió que, más que lo que se puede escuchar comunmente por la calle, lo que me aburría es lo que veía o lo que por fuerzas mayores estamos destinados evidentemente a ver. Lo mismo que existen aparatos de música para poner banda sonora a la rutina, podrían existir unas gafas que transformaran lo que miramos. Lo que hay que mirar es constantemente repetivo, lógico y aburrido. Hay veces que desearía tener un Photoshop interno para transformar lo que tengo delante y vendérselo a los demás, Mira, lo que yo quiero que veas te va a entretener muchísimo de tu casa al trabajo. De hecho, utilizo mentalmente ciertas aplicaciones para imaginar o corregir cómo sería aquello que deseo realmente ver. A lo mejor ya hay un japonés que lo ha inventado y un americano admirándolo, como bien se dice. Si me dejaran crear imágenes como los demás crean sonidos, el mundo sería más divertido.

domingo, 10 de julio de 2011

Doctor, me duele el silencio


No sé quién me se atrevió a echar sal en mi boca. Fue un día en el que arrasaron con todo lo que había en ella hasta convertir mis labios en un desierto. No sé si es una herencia de mi ex o si estos años de depresión se han comido mi capacidad para emanar palabras. Me aqueja el silencio y he perdido parte del talante sociable y dicharachero que me caracterizaba anteriormente. Ayer quedamos con un grupo de personas con las que debía entablar una conversación, pero permanecía sentada o de pie como una extranjera en mi propia lengua. “Es que tú no hablas”, me decía un chico. Y me sentí avergonzadísima. Conforme iba pasando el tiempo, mi vergüenza pasó a convertirse en agobio y me tuve que ir.

Hay quienes consideran que el silencio es una virtud y no lo pongo en duda. Lo que no quiero olvidar es que las palabras también lo son si se saben utilizar bien, pensar lo contrario me convertiría en una filóloga de pacotilla. Echo de menos la elocuencia, la fluidez retórica y la verborrea. Ya ni eso. No sé si estoy accediendo a una nueva forma de definirme, o si el gato que se llevó mi lengua tendrá la amabilidad de devolvérmela. El silencio es un gran arte para la conversación, pero también, como diría Unamuno, la peor mentira. Parece que no existo y no paro de hallarme, de vivir, de conservarme, de encontrarme en un ser que no para de estar.

jueves, 7 de julio de 2011

Algo me pasa


 Estoy empezando a cocinar, no me salen granitos cuando no me estoy echando ninguna crema ni usando ningún anticonceptivo, tengo los ojos más grandes y abiertos,  ya no sueño con Luis, me apetece pasear con mi perra toda la tarde mientras disfruto de la brisa del alba, limpio la casa a fondo, vuelvo a disfrutar de mis duchas nocturnas y de los posteriores afeites, he conseguido sacarme el Máster, trabajo de profesora de francés e inglés y soy feliz de madrugar pensando que me voy con la responsabilidad de levantar al país no solo educando mentes, sino despertando conciencias. No me muerdo las uñas y si me sucede algún incidente me resbala de una manera monumental. Estoy consiguiendo mi grupo de amigos soñado, elegido uno a uno con meticulosidad y pasión. Me aportan buenas ideas, conversaciones inteligentes, cariño, creatividad, me sorprenden y no solo aceptan cómo soy, sino que les gusta. Antes tenía que controlarme para no hacer sentir a los que me rodeaban incómodos o no parecer demasiado rara… si es que antes alguien no sentía vergüenza ajena y me llamaba la atención. Estoy empezando a dormir sin pastillas, a hacer deporte y a mirarme coquetamente en el reflejo de los escaparates.

Por otra parte, me pasa que callo. No me gusta hablar mucho ni me sale; “Rosalía, he perdido el habla, ya no soy sociable”. Ella sonríe, pero no sirve de nada comentarlo con quien puedo hablar con los ojos. Mi orgullo se ha evaporado y he ganado en paciencia (estratégica). Consigo no responder a quienes pueden hacerme daño y el “sí, sí, sí, sí-sí-sí” sale de mi personaje más sumiso y dócil sin que afecte a mis aguas más rebeldes y profundas.

Me miro al espejo con perplejidad ¿te estás curando, Leila? ¿Es posible que me esté convirtiendo en la mujer que quise ser durante tres años? Mi optimismo es inverosímil, pero  siento que lo mejor en mi vida está por venir.

jueves, 30 de junio de 2011

Terapioñana I


22/06/2011
            Ayer supe lo que era oler a fresa sin la necesidad de acercarme el fruto a la nariz. José Manuel paró el coche y me dijo, “Mira, inspira. Son campos de fresas”. Maduradas por el sol y dulces, ya no se venden, se pierde más dinero recogiéndolas que dejando que se echen a perder en la planta. Pero es ahora cuando están realmente buenas, aunque se vendan meses antes. Almonte tiene las fresas, Doñana, Matalascañas y El Rocío. De esta manera, la provincia de Huelva queda indultada de ser la más fea de toda España, pues tiene la ciudad más espantosa de toda la geografía peninsular.
            Después de muchos años, mi santa madre tuvo a bien de invitarme a coquinas. Qué decir que me supieron a gloria y los barquitos a algo más. También tuve la oportunidad de tomar el filete de ternera más bueno que yo recuerde. Casi se deshacía en la boca. Fue un momento gastronómico realmente afortunado.
            Por la tarde pisé Los Pajares después de años. La sensación fue cómica porque resultó que las impresiones que sentí siendo niña, son exactamente las mismas con más de diez años más. La diferencia es que todo era un poco más pequeño.

lunes, 20 de junio de 2011

Mensaje a Milka en su primer día de marea roja.


Hoy le ha bajado la regla por primera vez a mi hijita, Milka. Se trata de una chuchita que, ahí donde la ven, ha sido parte de mi terapia en el último año. Es tierna, cariñosa, juguetona, dormilona y rebelde. Ya me estoy encargando yo de que sea igual que su dueña, pero con menos uñas.
Milka, hubiera querido estar a tu lado, repetirte hasta la saciedad “quieta, quieta, no, no, ¡no!”, mientras te coloco la compresa en el rabito y las patitas y tú intentas escaparte o estafarme con besitos. Estás resignada porque eres buena y porque esta noche no estoy contigo. Hubiera querido que sucediera lo de siempre, que tu cuerpecito pegara un salto a mi cama cuando apago la luz y se hiciera una rosca en la esquina o roncara panza arriba, en el cielo. Quisiera decirte más que nunca que estoy a tu lado, que no pasa nada, que es un coñazo, los hombres, unos babosos y tú, una rompecorazones.
Me dicen que en la última foto sales muy guapa, que no te inmutas ante las levitaciones súbitas de tu mami. Di que no. Esta noche nos volvemos a ver en la luna.

jueves, 16 de junio de 2011

Mis padres y la moralidad que me sobra


No puedo decir que no volverá a pasar, porque soy muy despistada, pero que se me olvide tomar las pastillas matutinas no es la norma. Me olvido de tomarme una pastilla como se me olvida el móvil en casa o la férula para los dientes en el cuarto de baño. Pero esto no es pasarela para mostrar mi mala memoria, entre otras cosas, porque el diseño es el mismo todos los años. Mi memoria es magnífica para olvidar, por eso me abstengo casi siempre de mentir.

Echo de menos a mis padres y eso que tras vivir la vida sin ellos desde hace seis años, su último asedio no me ha hecho ninguna gracia. Tú ya eres mayor, Leila, es decir, que puedes hacer lo que te dé la gana, dijo mi padre, señalando las pastillas. Tuve que contestarle lo mismo que le dije a los jueces en el Psiquiátrico de San Lázaro, Leila, ya va siendo hora de que seas mayor y dejes de hacer tonterías, ¿no?, me decía una jueza. Mire, mi señora, dudo mucho que los niños hagan esto.

Pero a mis padres no se les puede chulear, porque cuando a unos padres les sobra los motivos para pensar que pueden dejar de serlo, el donaire es un exceso. Les respalda la mismísima Ana Sanz, con quien salgo mosqueada por no ampararme en mi agobio por la sobreprotección paternal. Puedo garantizar que mejoraré, pero no juro que no vuelva a hacer “tonterías”. Por una cosa o por otra, mentir tiene que sobrar en mi lista de argucias lingüísticas. Y si tengo que volver a casa tarde y tengo en ella a mi madre preocupada por saber a la hora que llego, no puedo quedarme, es superior a mi conciencia. Hace nada, en mi grupo de amigos escuchaba, Pues si desaparezco por la noche de casa, le escribo un mensaje a mi madre mira-mamá-que-me-quedo-en-casa-de-un-amigo y ya está. Lo que me pasa es que cuando he estado completamente sola, son ellos los que se han encargado de partirle las piernas a esta palabra. Y ante este hecho, igualmente mis mentiras, mis ironías y mi conciencia, ante ellos, sobran. Sobran cuando un día te creíste las verdades de la nada y tropezaron ante los brazos de quienes quieren contra viento y marea, dármelo todo.

lunes, 13 de junio de 2011

Manos mojadas, eso fue un atraco

Acosando al cielo azul del horizonte, sólo conseguí las rozaduras de las nubes negras. Me percaté justamente ese mismo día en el que comenzó a llover y se me llenaron de gotas los bolsillos. Por aquel entonces tú me miraste y no supiste decir ni contar mi nombre. Mis yemas, refugiadas en mi abrigo, comenzaron a emitir balbuceos sin sílabas dentro de aquellos saquitos de tela pegados a mis muslos, dejando mis dedos sin aire, titilando como diez estrellas apagadas. Caminé por las paredes huecas de tu pozo –llenos de ojos raspados- y me sorprendió no reflejarme en aquel espejo oscuro que miraba desabrido la pérdida de mi identidad. Primero tienes que saber relatar lo que viste en la nada cuando no supiste dormir, cuando no supiste contar los insomnios que adornaron alegremente tu cabeza. Luego tienes que mirarte el agujero más oscuro, aquel que te impulse a borrar todo rastro del lenguaje que embravecía tu saliva. Y cuando tus vocales no tengan colores, tus yemas no sabrán decirte, dentro de una membrana de hilos, qué mundo te toca, qué voces te cuentan, quién define tu nombre.

jueves, 9 de junio de 2011

Así están las cosas


Cito unos versos de uno de mis poetas vivos favoritos, Iván Legrán.

Últimamente
las cosas van mal; pero llevo bien
lo de que todo vaya mal.

Se te acostumbra el cuerpo y la mente y al final sólo se te ocurre dar las gracias si no pasa nada malo. Ni siquiera tiene que sucederme algo bueno. Me basta con que todo se estanque en un malestar, que por permanente,  ya se camufla en mi rutina sin que me perturbe demasiado. Ya me lo dijeron en París, “Leila, tu as une étoile noir”. Pues ya me lo estoy empezando a creer y todo. Tampoco me pongo demasiado brava, “Venga, ¿algo más?”, que cada vez el destino se hace más respetar, aunque a veces siga queriendo tentar a las circunstancias por si acaso algún día acierto y, en vez de tropezar con una piedra, me subo a ella para ver mejor. De perdidos al río, pero mejor si se sabe nadar. Es como estar mirando la vida con las gafas sucias y sólo al comienzo del día me pregunto cómo pude aguantar el día anterior hasta el final con tanta mierda en los cristales. Quizá es ese mi ambicioso deseo: levantarme una mañana y preguntarme cómo he sabido vivir durante casi tres años entre cristales, mierdas y demás cerdadas.

viernes, 27 de mayo de 2011

¡Así limpiaban, así, así, Así limpiaban, así, así, Así limpiaban que yo lo vi!

Creo que el artículo 21 de la Constitución Española no le ha quedado claro a los de arriba “Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará de autorización previa”. Esta misma mañana, el presidente de la Confederación Empresarial de Madrid (Ceim) y de la Cámara de Comercio de Madrid, Arturo Fernández, ha declarado que no sólo está siendo perjudicado el comercio en Madrid, sino que además se está dañando su imagen  y que van a actuar en su contra “con todas las de la ley” Y yo me pregunto, ¿se puede ilegalizar la Constitución? ¿no es acaso La Constitución la ley?
Empecemos por los comerciantes ¿Cuántos empresarios se pueden permitir el lujo de abrir un comercio en la Puerta del Sol? ¿Cuánta gente tiene la posibilidad de trabajar en pleno centro de la capital de España? Es más, ¿quién se puede permitir trabajar? Como reza mi pancarta, tengo una carrera, un máster (esperemos ¬¬) y cinco idiomas. Estoy sin un puto trabajo, aunque sea de mierda, además de no saber qué va a ser de mi vida dentro escasos días, ya ni digo dentro de meses. Hablo por mí, pero hay miles y miles de jóvenes más que cualificados sin empleo ni una casa donde poder vivir dignamente sin la necesitad de estar hasta los 30 años (o más) en la vivienda de sus progenitores. No creo que se quejen los comerciantes, sino las cabecillas que sustentan el negocio, los empresarios. Parad el “chabolismo” en Sol, señores indignados, que después de días de ayuno de los grandes empresarios de la zona se les está empezando a resentir su riqueza mórbida.
Y ahora la imagen y el turismo. Cada vez que vuelvo a casa con mi pancarta al hombro, los extranjeros no sólo nos felicitan por la enorme labor que está haciendo el pueblo frente a los banqueros o la clase política, sino que me muestran su admiración por cómo se está haciendo. Además, en la concentración hay muchísimos extranjeros apoyándola: italianos, griegos, islandeses, estadounidenses y franceses. Todos los ojos están puestos en Madrid, sí, pero alentando no exactamente a los de arriba, sino al movimiento pacífico que se ha generado para denunciar los excesos económicos y políticos que se están llevando a cabo en nuestro país. El panorama internacional está de parte de los indignados. Así pues, Sssssh, ¡callaos! Estáis dañando la imagen de Madrid destapando numerosas verdades de la ciudad. Callad, que no se enteren los de fuera de la de mierda que hay acumulada en los intestinos del país y más concretamente, en la capital.
Por último, toda mi solidaridad con los concentrados en Barcelona. En Madrid han estado los equipos de limpieza trabajando en la zona de acampados y no ha sucedido absolutamente nada. Pero nada, ¿a qué viene toda la brutalidad que se ha llevado a cabo en la Plaza de Cataluña? Dicen que sencillamente para limpiar, pero podrían plantearse, antes de volver a realizar tan desmesurado esfuerzo, echar un ojo por el Parlamento: allí sí que hay ponzoña acumulada desde hace décadas. Si quieren limpiar, que empiecen por allí.