domingo, 10 de julio de 2011

Doctor, me duele el silencio


No sé quién me se atrevió a echar sal en mi boca. Fue un día en el que arrasaron con todo lo que había en ella hasta convertir mis labios en un desierto. No sé si es una herencia de mi ex o si estos años de depresión se han comido mi capacidad para emanar palabras. Me aqueja el silencio y he perdido parte del talante sociable y dicharachero que me caracterizaba anteriormente. Ayer quedamos con un grupo de personas con las que debía entablar una conversación, pero permanecía sentada o de pie como una extranjera en mi propia lengua. “Es que tú no hablas”, me decía un chico. Y me sentí avergonzadísima. Conforme iba pasando el tiempo, mi vergüenza pasó a convertirse en agobio y me tuve que ir.

Hay quienes consideran que el silencio es una virtud y no lo pongo en duda. Lo que no quiero olvidar es que las palabras también lo son si se saben utilizar bien, pensar lo contrario me convertiría en una filóloga de pacotilla. Echo de menos la elocuencia, la fluidez retórica y la verborrea. Ya ni eso. No sé si estoy accediendo a una nueva forma de definirme, o si el gato que se llevó mi lengua tendrá la amabilidad de devolvérmela. El silencio es un gran arte para la conversación, pero también, como diría Unamuno, la peor mentira. Parece que no existo y no paro de hallarme, de vivir, de conservarme, de encontrarme en un ser que no para de estar.

1 comentario:

  1. Me duele el silencio mucho más desde que he leído esa cita de Unamuno. Leila, siempre sentí curiosidad por saber cómo escribiría una persona con tu formación, y esa capacidad para transubstanciarte entre placeres estéticos. Tras leer, hoy la renuevo.

    No te calles ningún jazmin. Cállate como mucho un silencio, o dos... Según recomiendan las autoridades sanitarias: no hay que ser serios, se permiten chorrazos.

    Ánimo con tu bloghemia negra.

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No tienes que ser serio, se permiten chorrazos.