viernes, 4 de mayo de 2012

Clases para niños


Hace tiempo que no me sentía agredida por aparecer en mis fotos, pero el otro día en la calle, me lo preguntaron, “¿Y por qué no intentas alejarte un poco del "ego", del "yo", para hacer fotografía?”. Seguramente le dirigí una mirada cansada y me dio una pereza infinita explicarle mi aparición en casi todas las fotos. Cuando me ocurre esto recuerdo un sueño desesperante en el que intentaba explicarle a una niña pequeña cómo se analizaba sintácticamente la oración “Yo soy”. No había manera de que se enterara de cuál era el sujeto y cuál era el verbo y, por lo tanto, el predicado. Resulta que para mí hay hechos muy sencillos, tan sencillos que si me preguntan por ellos, solo pueden ser dudas procedentes de una mente infantil.

Aparezco en mis fotos porque quiero, porque me siento cómoda y porque me gusta. Con eso debería ser suficiente, pero hay que ponerse profundos, porque esta excusa no satisface al personal. Para empezar, intento que cada fotografía sea un universo en el que vivir y en el que recrearme. Me apoyo en una frase muy linda que escribió hace nada mi admirada Brooke Shaden: It is easy to feel like you're on top of the world when you create the world you want to live in”. A veces la que vive en esos mundos soy yo, pero en otras, como si fuera un teatro, soy un personaje. Normalmente con cada foto me disfrazo, adquiero una actitud pintoresca y teatral. Intento meterme en el pellejo de otra persona que dé vida a esa realidad que intento sacar de mi cerebro. Me da igual mi físico, seguramente habría hecho lo mismo si me hubiera tocado otro diferente. Cuando vamos a diversas obras teatrales y vemos repetidas veces a un actor, no se nos pasa por la cabeza preguntarnos por qué siempre la misma persona actúa: nos creemos que es otro, el personaje en el que vive.

Se me ha llegado a decir que poso en mis fotos porque tengo un cuerpo socialmente aceptable, lo cual, lejos de herirme, me frustra. Me frustra porque lo que busco no es lucirme ni ser aceptada físicamente. Como dije antes, mi físico en mi fotografía me da igual. Es posible que las fotografías que tengan más éxito sean las de mujeres con buen cuerpo, pero eso está muy lejos de encasillar mis fotos dentro de ese grupo. Es más, creo que a ellas también les molestaría, sobre todo si se dedican a la fotografía creativa. Está muerta y es adorada, por eso nadie se pregunta por qué Francesca Woodman aparecía en todas sus fotos: desnuda, desgarbada, sufriente, hermosa, camaleónica, solitaria.

Confieso que me siento cómoda siendo yo misma la modelo. No tengo que dar explicaciones, la imagen está en mi mente, solo tengo que copiarla, hacer lo posible para hacerla visible a los demás. Para mí, fotografiar a otro, es como si una persona tuviera que explicar la imagen exacta que tiene en su mente a otra persona. Y que esta persona lo captara a la perfección sin defraudarte. No digo que sea imposible, como filóloga creo firmemente en el poder del lenguaje, pero por el momento no es la opción que he escogido. Se puede decir que he tirado por lo fácil y no me arrepiento de ello. Me ayuda a expresar y a expresarme mejor. Aparecer en mis fotos ya se ha convertido en una seña de mi identidad, en una firma intrínseca en mi trabajo.

Por último, fotografiarme me ayuda. Bajo el objetivo de la cámara me exploro, me expreso, me recreo, me pregunto y me respondo. Quizá es la manera más bella de conocerme y juzgarme. Nadie mejor que yo para hacerlo.