sábado, 30 de julio de 2011

Me como tu amor


Con los ojos cerrados la música es una caricia. Una nota en los brazos, tres en la boca y media en la cintura, Rosalía. Creo poder ver la luz filtrada por tus pestañas, amacas del polvo que se reflejan en tu retina. Qué bonito es tu nombre, cómo me gusta esta canción, qué bueno está el tequila. Me compré este vestido en las rebajas para que hiciera juego con la nariz de mi perra y con la línea que te pintas en la comisura de los ojos. Muse malade, no sabemos bailar, pero nuestro cuerpo nos enseña que los movimientos no tienen vergüeza, que el rubor nos lo inventamos nosotros. Aquí solo bailan los niños, los borrachos y nosotras, como un lunar en la blancura de la decencia, flotando como un recuerdo de infancia demasiado olvidado. Somos sueños de otros, no te sorprendas si algún día la realidad te besa para mecer los párpados pegados, sordos de música, cansados del sueño.

jueves, 28 de julio de 2011

Los pies

Los espejos nos delatan. Somos un puñado de cristales mascados por los hábitos, carcomidos por la falta de privacidad, de reflejos afónicos que claman, nos importe o no, lo que somos o lo que hacemos de nosotros. Nos evidencia una mirada, unas uñas mordisqueadas, unos dientes con sarro, unas orejas con cera, un mal aliento, la ausencia de desodorante, las manchas en la ropa, etc. Evidentemente, también nos traiciona la pulcritud, aunque esta ya de por sí sea poco discreta. Este verano, en vez de poner la mirada por las alturas, le he dedicado una larga observación a nuestro inframundo corporal, a saber, los pies. Es un horror cómo se puede descuidar tanto una parte del cuerpo tan primordial y necesaria en nuestro día a día. De hecho, si por algún órgano o parte de mi cuerpo me siento orgullosa, es por los ojos y las piernas. Me son vitales, de ahí que este verano haya quedado escandalizada por el maltrato que la sociedad brinda a sus pies: secos, sudorosos, uñas amarillentas por los hongos, uñas rotas, uñas malcortadas, uñas demasiado largas, uñas muy gruesas, uñas negras, dedos montados unos encima de otros, asperezas, callos, ampollas, verrugas plantares, papilomas, deformaciones de todo tipo y olores de lo más desagradables. Personalmente castigo mis pies cada vez que uso tacones, de hecho, las mujeres somos las primeras en vejar nuestro físico con maquillajes, prendas demasiado ajustadas, zapatos demasiado altos o quemaduras capilares casi diarias, pero también somos más de “cura sana”. No nos sobran las mascarillas, las cremas, desmaquillantes o sandalias. Pero no se trata de una cuestión de sexos, sino de prestar atención a la salud de nuestro físico, sobre todo si nos hacen esa enorme y sencilla pleitesía de caminar. Horacio decía que “si estás bueno del estómago, no te duele ningún costado y puedes andar con tus pies, ninguna cosa mejor te podrán añadir todas las riquezas de los reyes” y razón no le faltaba.


lunes, 18 de julio de 2011

El mp4 visual

Hoy iba por la calle escuchando música, cuando se me ocurrió que, más que lo que se puede escuchar comunmente por la calle, lo que me aburría es lo que veía o lo que por fuerzas mayores estamos destinados evidentemente a ver. Lo mismo que existen aparatos de música para poner banda sonora a la rutina, podrían existir unas gafas que transformaran lo que miramos. Lo que hay que mirar es constantemente repetivo, lógico y aburrido. Hay veces que desearía tener un Photoshop interno para transformar lo que tengo delante y vendérselo a los demás, Mira, lo que yo quiero que veas te va a entretener muchísimo de tu casa al trabajo. De hecho, utilizo mentalmente ciertas aplicaciones para imaginar o corregir cómo sería aquello que deseo realmente ver. A lo mejor ya hay un japonés que lo ha inventado y un americano admirándolo, como bien se dice. Si me dejaran crear imágenes como los demás crean sonidos, el mundo sería más divertido.

domingo, 10 de julio de 2011

Doctor, me duele el silencio


No sé quién me se atrevió a echar sal en mi boca. Fue un día en el que arrasaron con todo lo que había en ella hasta convertir mis labios en un desierto. No sé si es una herencia de mi ex o si estos años de depresión se han comido mi capacidad para emanar palabras. Me aqueja el silencio y he perdido parte del talante sociable y dicharachero que me caracterizaba anteriormente. Ayer quedamos con un grupo de personas con las que debía entablar una conversación, pero permanecía sentada o de pie como una extranjera en mi propia lengua. “Es que tú no hablas”, me decía un chico. Y me sentí avergonzadísima. Conforme iba pasando el tiempo, mi vergüenza pasó a convertirse en agobio y me tuve que ir.

Hay quienes consideran que el silencio es una virtud y no lo pongo en duda. Lo que no quiero olvidar es que las palabras también lo son si se saben utilizar bien, pensar lo contrario me convertiría en una filóloga de pacotilla. Echo de menos la elocuencia, la fluidez retórica y la verborrea. Ya ni eso. No sé si estoy accediendo a una nueva forma de definirme, o si el gato que se llevó mi lengua tendrá la amabilidad de devolvérmela. El silencio es un gran arte para la conversación, pero también, como diría Unamuno, la peor mentira. Parece que no existo y no paro de hallarme, de vivir, de conservarme, de encontrarme en un ser que no para de estar.

jueves, 7 de julio de 2011

Algo me pasa


 Estoy empezando a cocinar, no me salen granitos cuando no me estoy echando ninguna crema ni usando ningún anticonceptivo, tengo los ojos más grandes y abiertos,  ya no sueño con Luis, me apetece pasear con mi perra toda la tarde mientras disfruto de la brisa del alba, limpio la casa a fondo, vuelvo a disfrutar de mis duchas nocturnas y de los posteriores afeites, he conseguido sacarme el Máster, trabajo de profesora de francés e inglés y soy feliz de madrugar pensando que me voy con la responsabilidad de levantar al país no solo educando mentes, sino despertando conciencias. No me muerdo las uñas y si me sucede algún incidente me resbala de una manera monumental. Estoy consiguiendo mi grupo de amigos soñado, elegido uno a uno con meticulosidad y pasión. Me aportan buenas ideas, conversaciones inteligentes, cariño, creatividad, me sorprenden y no solo aceptan cómo soy, sino que les gusta. Antes tenía que controlarme para no hacer sentir a los que me rodeaban incómodos o no parecer demasiado rara… si es que antes alguien no sentía vergüenza ajena y me llamaba la atención. Estoy empezando a dormir sin pastillas, a hacer deporte y a mirarme coquetamente en el reflejo de los escaparates.

Por otra parte, me pasa que callo. No me gusta hablar mucho ni me sale; “Rosalía, he perdido el habla, ya no soy sociable”. Ella sonríe, pero no sirve de nada comentarlo con quien puedo hablar con los ojos. Mi orgullo se ha evaporado y he ganado en paciencia (estratégica). Consigo no responder a quienes pueden hacerme daño y el “sí, sí, sí, sí-sí-sí” sale de mi personaje más sumiso y dócil sin que afecte a mis aguas más rebeldes y profundas.

Me miro al espejo con perplejidad ¿te estás curando, Leila? ¿Es posible que me esté convirtiendo en la mujer que quise ser durante tres años? Mi optimismo es inverosímil, pero  siento que lo mejor en mi vida está por venir.