lunes, 13 de junio de 2011

Manos mojadas, eso fue un atraco

Acosando al cielo azul del horizonte, sólo conseguí las rozaduras de las nubes negras. Me percaté justamente ese mismo día en el que comenzó a llover y se me llenaron de gotas los bolsillos. Por aquel entonces tú me miraste y no supiste decir ni contar mi nombre. Mis yemas, refugiadas en mi abrigo, comenzaron a emitir balbuceos sin sílabas dentro de aquellos saquitos de tela pegados a mis muslos, dejando mis dedos sin aire, titilando como diez estrellas apagadas. Caminé por las paredes huecas de tu pozo –llenos de ojos raspados- y me sorprendió no reflejarme en aquel espejo oscuro que miraba desabrido la pérdida de mi identidad. Primero tienes que saber relatar lo que viste en la nada cuando no supiste dormir, cuando no supiste contar los insomnios que adornaron alegremente tu cabeza. Luego tienes que mirarte el agujero más oscuro, aquel que te impulse a borrar todo rastro del lenguaje que embravecía tu saliva. Y cuando tus vocales no tengan colores, tus yemas no sabrán decirte, dentro de una membrana de hilos, qué mundo te toca, qué voces te cuentan, quién define tu nombre.

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