lunes, 2 de mayo de 2011

Volverán los caracoles

Las rozaduras de las manoletinas alentaban contradictoriamente mi paso. Más lento, que duele, a ver si llegamos rápido a casa. Me gusta enfrentar mi rostro al cielo y recibir las gotas de lluvia como si las nubes estuvieran en plena orgía con una pastilla efervescente. Intento recibir con todos mis poros esas gotas frescas y tímidas, pero pronto la fina capa de maquillaje me alerta de que la superficie no es apta para el repiqueteo, que mi cara es una gran plaza de arena convertida en fango. Un ligero escozor en los ojos me hace intuir que también se me está corriendo el rímel. Da igual. El glamour pasado por agua puede contener trazas de atractividad y sexydumbre.
-¿Te gusta escuchar la lluvia? ¿Qué te dice?
-Mucho. Generalmente mucho más de lo que puedo entender, me parece. Aunque no por eso dejan de ser buenos consejos...  ¿Y a ti? ¿Qué te cuenta?
-Me pide que salga fuera, que me están esperando los caracoles.
Ayer me recibieron miles, nunca había visto tantos. En la calle Ribadavia se había desplegado un carnaval de babosas, de todos los tamaños, los ojos saludando el cielo y arrastrándose alegremente por el pavimento mojado. No son lentos, nosotros somos demasiado rápidos. Me coloqué diez por toda la mano y se me ocurrió una foto: sobre una espalda desnuda, colocar desde el final de la columna vertebral hasta la nuca una fila de gasterópodos. Queda pendiente para un día en el que no tenga visita, en el que al entrar en casa mi madre no duerma plácidamente en el salón, en el que el cielo no duerma sus lágrimas y los caracoles salgan de procesión.

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