domingo, 8 de mayo de 2011

Apaga y vámonos

En la actualidad tengo que coger un autobús todos los días para salir y llegar a mi casa en Madrid. Las reflexiones no han tardado en llegarme a la cabeza. Si en mi lista negra de los peores gremios de esta sociedad alcanzaban el top del ranking los peluqueros y los taxistas, ahora hay que abrirles un hueco a los conductores de autobuses públicos. Canalladas como dejar al personal fuera a -5 grados mientras ellos hacen cuentas dentro o salen a fumarse un cigarro o al baño, llegó un punto en el que ya no me sorprendían. Tampoco aquellas en las que no se paran en una parada cuando esta está vacía y una persona, a pocos metros, le hace señales de que pare. He visto cómo intentaban arrancar cuando alguien corría asfixiado hacia el autobús y los propios pasajeros teníamos que gritar, ¡Espere!, ¡Espere!, ¡Pare!, ¡Pare! No me voy a entretener mucho en su forma de conducir: peor que si llevaran ganado, muebles o piedras. Los músculos de nuestros brazos tienen que estar a prueba de frenazos bruscos, acelerones y curvas cerradas, como si circuláramos por un rally. Otras veces me habré tirado esperando en la parada veinticinco minutos para ver cómo luego pasan dos autobuses seguidos.

Ahora bien, sí me preocupan sus normas que, por supuesto, "ellos no ponen", pero que se empeñan en cumplir a rajatabla, por inmorales e ilógicas que nos parezcan. Todos sabemos que no pueden abrir las puertas para que salga gente antes de llegar a una parada, pero de ahí a quedarse estancado sin dejar salir a nadie en un atasco durante un cuarto de hora a diez metros de la parada, es una tomadura de pelo. También me revienta el tema de los animales: tengo que sentarme en asientos llenos de pipas, el suelo lleno de gusanitos y chicles pegados, el respaldo del asiento de delante quemado o completamente garabateado, los gristales rallados con inscripciones o sentarme junto a alguien que se resiste a ducharse todos los días o junto a unos chavales gritando y fumando sustancias psicotrópicas... eso sí, mi perra de cinco meses y seis kilos, no puede entrar ni en transportín ni en brazos ni de ninguna de las maneras. No pueden entrar animales (aunque al conducir no tengan en cuenta que llevan personas), pero tampoco maletas grandes ni carritos de la compra, así que si llevas mucho peso y no tienes rotos los bolsillos, o pagas al otro gremio estafador o asumes que eres Conan y te vas con todos tus bártulos andando.

Por último, quisiera cerrar mi malestar con la degradación de las degradaciones. Hace semanas me senté a esperar el autobús y una señora mayor se sentó a mi lado. Resoplaba y traía varias bolsas de la compra.
- "Tengo un billete de veinte euros y no puedo entrar al autobús, porque no me dan cambio".
-" Bueno", le contesté yo, "No se preocupe, yo le doy un euro".
- "No, si ya estoy al lado de mi casa, vengo andando desde el Rastro y estoy que casi me pongo a llorar. He intentado subirme en dos autobuses y no me han dejado entrar porque no tenía suelto, ¡a mis 90 años tengo que soportar estas cosas!".
Apaga y vámonos. Hay quienes establecen reglas sin nombre, sí, pero lo más grave es que existen personas sin escrúpulos dispuestas a aplicarlas sin sensibilidad, empatía ni educación. Nos quejamos de nuestros políticos (y no nos falta razón), pero a veces no hay que irse tan lejos para comprender que hasta en los más mínimos detalles de nuestra rutina diaria, existen personas con un trastorno muy serio en los valores más humanos. Cuando veo estas cosas me llego a preguntar si en realidad las cloacas también nos acechan sobre ruedas.

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