Hace tiempo que no me sentía agredida por aparecer en mis fotos, pero el
otro día en la calle, me lo preguntaron, “¿Y por qué no intentas alejarte un
poco del "ego", del "yo", para hacer fotografía?”. Seguramente le dirigí una mirada
cansada y me dio una pereza infinita explicarle mi aparición en casi todas las
fotos. Cuando me ocurre esto recuerdo un sueño desesperante en el que intentaba
explicarle a una niña pequeña cómo se analizaba sintácticamente la oración “Yo
soy”. No había manera de que se enterara de cuál era el sujeto y cuál era el
verbo y, por lo tanto, el predicado. Resulta que para mí hay hechos muy
sencillos, tan sencillos que si me preguntan por ellos, solo pueden ser dudas
procedentes de una mente infantil.
Aparezco en mis fotos porque quiero, porque me siento cómoda y porque me
gusta. Con eso debería ser suficiente, pero hay que ponerse profundos, porque
esta excusa no satisface al personal. Para empezar, intento que cada fotografía
sea un universo en el que vivir y en el que recrearme. Me
apoyo en una frase muy linda que escribió hace nada mi admirada Brooke Shaden: “It
is easy to feel like you're on top of the world when you create the world you
want to live in”. A veces
la que vive en esos mundos soy yo, pero en otras, como si fuera un teatro, soy
un personaje. Normalmente con cada foto me disfrazo, adquiero una actitud
pintoresca y teatral. Intento meterme en el pellejo de otra persona que dé vida
a esa realidad que intento sacar de mi cerebro. Me da igual mi físico,
seguramente habría hecho lo mismo si me hubiera tocado otro diferente. Cuando
vamos a diversas obras teatrales y vemos repetidas veces a un actor, no se nos
pasa por la cabeza preguntarnos por qué siempre la misma persona actúa: nos
creemos que es otro, el personaje en el que vive.
Se me
ha llegado a decir que poso en mis fotos porque tengo un cuerpo socialmente
aceptable, lo cual, lejos de herirme, me frustra. Me frustra porque lo que
busco no es lucirme ni ser aceptada físicamente. Como dije antes, mi físico en
mi fotografía me da igual. Es posible que las fotografías que tengan más éxito
sean las de mujeres con buen cuerpo, pero eso está muy lejos de encasillar mis
fotos dentro de ese grupo. Es más, creo que a ellas también les molestaría,
sobre todo si se dedican a la fotografía creativa. Está muerta y es adorada,
por eso nadie se pregunta por qué Francesca Woodman aparecía en todas sus
fotos: desnuda, desgarbada, sufriente, hermosa, camaleónica, solitaria.
Confieso
que me siento cómoda siendo yo misma la modelo. No tengo que dar explicaciones,
la imagen está en mi mente, solo tengo que copiarla, hacer lo posible para
hacerla visible a los demás. Para mí, fotografiar a otro, es como si una
persona tuviera que explicar la imagen exacta que tiene en su mente a otra
persona. Y que esta persona lo captara a la perfección sin defraudarte. No digo
que sea imposible, como filóloga creo firmemente en el poder del lenguaje, pero
por el momento no es la opción que he escogido. Se puede decir que he tirado
por lo fácil y no me arrepiento de ello. Me ayuda a expresar y a expresarme
mejor. Aparecer en mis fotos ya se ha convertido en una seña de mi identidad,
en una firma intrínseca en mi trabajo.
Por
último, fotografiarme me ayuda. Bajo el objetivo de la cámara me exploro, me
expreso, me recreo, me pregunto y me respondo. Quizá es la manera más bella de
conocerme y juzgarme. Nadie mejor que yo para hacerlo.